El Trabajo Para los Trabajadores Sociales
* Carolina Beresi
Precarios medios e inciertos contextos en los que los Trabajadores Sociales nos desempeñamos.
Somos de la clase social que vive del sueldo percibido, vendiendo su fuerza de trabajo y sus conocimientos específicos. Nuestra profesión se desarrolla casi exclusivamente dentro del Estado, por lo que aunque el ámbito del ejercicio profesional pueda ser variado, siempre se ubica dentro de una estructura estatal o en un área muy cercana a ella.
Aunque para nosotros las áreas de trabajo sean muy diversas, gracias a nuestra formación integral podemos, indistintamente, formar parte tanto de centros de salud, como de ámbitos educativos, trabajar con adultos mayores, con grupos dedicados a la formación o desarrollo cultural, integrar equipos de planificación de políticas públicas, promover el desarrollo local, desempeñarnos como peritos forenses, integrar ministerios y secretarias del Poder Ejecutivo, ejecutar políticas de desarrollo humano, acompañar el desarrollo de NNyA, asesorar ONGs, formular, realizar e interpretar encuestas, intervenir en cuestiones de género, problemas migratorios, desarrollo rural, ayudar a personas con discapacidad, promover el turismo, intervenir en situaciones de crisis entre muchísimas otras que podríamos nombrar.
Podemos hacerlo porque la intervención del Trabajo Social tiene como fundamento los DDHH, la justicia social, la dignidad humana y la autodeterminación de los sujetos en cuanto personas/ciudadanos. Nuestro objetivo en el abordaje de cualquier problemática va siempre de la mano de acciones que permitan la promoción, la inclusión e integración social.
Incluso, vamos bastante más lejos que la mera implementación de técnicas y metodologías. Para entenderlo es importante, tener presente lo planteado por Neffa y Henry en "¿Quién cuida a los que cuidan? Los riesgos psicosociales en el trabajo en los centros privados de salud?" Cuando dicen:
"...El trabajo también implica una movilización de los recursos psíquicos y mentales, pues para lograr el objetivo de prestar el servicio de cuidado y curación, se requiere disponer de conocimientos, haber acumulado experiencia, captar y procesar información, mostrar interés y estar motivado e involucrado, tanto a nivel individual como en relación con el colectivo de trabajo. Pero esta complejidad del trabajo está negada, y una parte de la actividad está invisibilizada y subestimada. Por eso, generalmente el trabajo no se recompensa ni se reconoce adecuadamente..." (Neffa y Henry, 2017, pp. 18-19).
Este planteamiento realizado en su investigación referida a los trabajadores de la salud, puede ser aplicado completamente en el desempeño de los Trabajadores Sociales en sus distintos ámbitos.

Es justamente esta dimensión de nuestra profesión que nos hace tan vulnerables a ser víctimas del Síndrome de Bournout, que deriva fundamentalmente del agotamiento emocional y los riesgos que corre nuestra salud mental que mencionan tantos colegas cuando se refieren a su actividad laboral.
Pensar los actuales contextos de trabajo en los que
nos desenvolvemos profesionalmente nos lleva a considerar varias
características que acompañan nuestro ejercicio profesional desde hace años.
Estas características, hay que decirlo, no escapan a las que son propias de un mercado laboral que responde a las reglas del neoliberalismo y que, en general, todos las reconocemos como tales.
Es habitual que escuchemos a colegas que se refieran a las condiciones en que fueron convocados o contratados. Señalando, por ejemplo, que el ingreso laboral (especialmente los primeros empleos), se nos presentan con modalidades de contratación extremadamente precarias.
Cuantos de nosotros no pasamos por esta situación, donde la retribución por nuestra tarea profesional proviene de una beca, con un sueldo que se "arregla" percibiendo un subsidio que en realidad está destinado a una necesidad social y no fue generado para abonar sueldos profesionales.
Estas formas de contrataciones precarias no nos permiten hacer reclamos o tomar medidas de fuerza, ya que están hechas para que permanezcamos sin poder exigir mejoras de ningún tipo. La consigna para nosotros parece ser "aguantá todo lo que puedas (lo que incluye muchas cosas por aguantar), con la esperanza de que, en algún momento, alguien te reconozca y mejore tus condiciones".
Sin dar muchas vueltas al asunto, esto claramente genera en los Trabajadores Sociales un sentimiento muy fuerte de indignidad laboral, de sometimiento, falta de reconocimiento, y vulneración sistemática de todos los derechos laborales.
Implica también, condiciones paupérrimas a futuro, sin contar con aportes jubilatorios, sin contar con cobertura médica, sin figurar en ningún registro como trabajador del Estado, sin poseer ninguno de los beneficios de otros empleados estatales.
Lo que expresan muchos colegas es que trabajar en estas condiciones se asimila mucho a la esclavitud. Tanto por las condiciones de trabajo mencionadas como la ausencia de reconocimiento a nuestra tarea en términos económicos.
No podemos negar que nuestras condiciones laborales implican directamente la pobreza (cuando no la indigencia) del Trabajador Social contratado de esta manera. Lo que tanto estudiamos acerca de Calidad de Vida y de cubrir necesidades elementales resulta imposible para buena parte de nuestro colectivo profesional. Solo nos queda todo un universo de impotencias, de falencias, de frustraciones abierto en la vida de muchos colegas.
Todo esto va de la mano con la superposición de trabajos. ¿Quién no intentó sostener dos o tres o más trabajos al mismo tiempo con la idea de poder alcanzar un sueldo que pase la Línea de Pobreza?
Esto, que implica una super - autoexplotación, termina cargando sobre cada Trabajador Social el peso y la responsabilidad de poder alcanzar una Canasta Básica de Bienes y Servicios, multiplicando los contextos laborales precarios donde nos desempeñamos.
De esta manera solamente se profundiza el agotamiento afectivo o la explotación emocional que mencionamos anteriormente.
Cuando hablamos de condiciones laborales, es la inestabilidad una de las características que a los Trabajadores Sociales nos afecta sensiblemente. Debemos contentarnos con contratos por tres o seis meses, en algunas ocasiones por un año y en otros casos ni siquiera hay fecha establecida. Esta característica hace que los Trabajadores Sociales quedemos totalmente a merced del funcionario que nos convocó o contrató para contar con algo de continuidad laboral.
Como este es un aspecto sufrido por todo el colectivo profesional, podríamos decir que, finalmente, que mayor especialización profesional no es directamente proporcional a mejores condiciones laborales.
En todo caso, pueden incidir en el acceso a instituciones del orden nacional o provincial donde las condiciones de contratación han sido regularizadas por la lucha del colectivo de trabajadores estatales y quien logra ingresar allí tiene esas condiciones aseguradas con anterioridad y no por su calidad de Trabajador Social especializado en alguna temática específica.
A todo lo dicho, todavía debemos considerar otra dimensión relacionada con el rol que se espera de nosotros por las instituciones donde prestamos servicios. Muchas veces esto significa que nuestro empleador espera que el Trabajador Social cumpla un único rol. Este rol, en mi experiencia, casi siempre se define así: que "seamos los ojos del funcionario (intendente, secretario, ministro, juez, etc) en el territorio", sin considerar para nada nuestra especificidad profesional.
Sin embargo, esta definición esconde un interés fundamental dentro de los espacios de Poder, el control de la población a través de los Trabajadores Sociales. Algo que no responde a nuestro objetivo ni a nuestra misión, a pesar de que siempre se pretenda llevarnos profesionalmente por ese camino.
Escudriñar la vida de las personas hasta el último dato son formas de indagar moralmente al individuo y no el problema socio - político que tenemos enfrente como objeto de análisis o estudio. Esa potencialidad del Trabajo Social es lo que interesa de nuestra profesión al empleador (Estado). Es decir, el conocimiento del sujeto y la apreciación que se hace de él en un sentido que a veces, es tan explícito que podría considerarse policíaco. Se quiere saber su conducta, su probable conducta a futuro, sus antecedentes familiares, penales, sus actitudes, para saber que se puede esperar de él.

Para finalizar debemos considerar un aspecto que nunca tomamos en cuenta seriamente. ¿Cuántas situaciones de riesgo, sin contar con ninguna protección conocemos o atravesamos en algún momento?
Los Trabajadores Sociales recorremos barrios e ingresamos a domicilios sin tener la menor protección a pesar de la exposición que implica nuestra tarea.
Cada uno de los colegas con los que hablé en algún momento sobre esta situación me refirió, casi entre sonrisas, situaciones naturalizadas donde su integridad estuvo seriamente en riesgo.
Sin embargo, siempre, siempre, lo minimizamos y lo asumimos como parte propia de nuestra tarea, cuando, en realidad, no lo es.
Si bien es cierto que trabajamos mucho en contextos de altísima vulnerabilidad, no es real que debamos hacerlo sin aquellas garantías básicas que nos aseguren la protección que requiere cada intervención.
Nuestra profesión siempre se encuentra en el primer nivel de intervención, en el primer contacto con las personas en situación de vulnerabilidad y somos siempre contactados por las personas que requieren algún tipo de ayuda, muchas veces a pesar de trabajar en ámbitos que no se relacionan con la necesidad planteada por la persona. Lo que, sin dudas, responde a la confianza que generamos en la población que abarcamos profesionalmente.
Nuestro aporte en cada institución es valioso y no puede ser realizado por otras disciplinas. Nuestro compromiso con el cambio social y los DDHH es fundamental y nuestra función requiere alto nivel de especialización.
A pesar de ello, nuestro ejercicio profesional se encuentra sumido en condiciones graves de precarización laboral. Pero, sinceramente, lo que aparece como precaria, hoy, es la vida misma del Trabajador Social rodeado de vulnerabilidades que hoy parecen irreparables en su relación laboral con el Estado.