El Yo Social y La Libertad
* por Carolina Beresi
Muchos pensadores, filósofos y científicos a lo largo de la historia abordaron la cuestión de la libertad como un concepto central en el desarrollo del ser humano, considerando que su definición era esencial para poder entenderla.
De las múltiples perspectivas que encontramos en los distintos acercamientos realizados a la idea de libertad, hay una que resulta muy interesante y tiene que ver con la relación que existe entre el individuo y la sociedad a la que pertenece.
Esta perspectiva está basada en la idea de que las relaciones sociales son las que van, de alguna manera, moldeando al sujeto. Es esta una cuestión que busca respuestas a preguntas como por ejemplo ¿hasta qué punto somos libres en nuestras sociedades?
Solomon Asch realizó en 1951 una investigación en este sentido que fue muy reconocida en la psicología social y que tenía por objetivo, justamente, descubrir si se modifica o no la opinión y el comportamiento de los sujetos que se encuentran sometidos a las presiones de un grupo.
El experimento consistía sencillamente en solicitar a un grupo de voluntarios que luego de observar cuatro líneas de distintos tamaños que se encontraban expuestas frente al grupo, señalen cual era la línea más larga y también si había líneas que tenían una longitud similar entre sí.
El procedimiento se desarrollaba con ocho participantes por vez, siete de los cuales eran aliados de Asch en este experimento y siempre respondían a las preguntas realizadas por el psicólogo social de la manera en que éste les indicaba, a pesar de que se trataban de respuestas a todas luces equivocadas.
De esta manera, era posible identificar con claridad la reacción de los voluntarios genuinos ante las respuestas evidentemente incorrectas de sus compañeros.
Los voluntarios genuinos siempre respondían en último término, lo que ejercía aún más presión sobre ellos, puesto que todos los aliados del científico habían dado una respuesta totalmente errónea, haciéndolo, además, con mucha seguridad.
Asch observó que de los 123 voluntarios genuinos, solamente el 25% mantuvo su criterio, respondiendo correctamente a cada pregunta. Mientras que los voluntarios restantes cedieron ante la presión de ir en contra de la opinión mayoritaria, a pesar de saber exactamente cuál era la respuesta correcta.
Esta investigación constituye un ejemplo de cómo, muchas veces, nuestro Yo Social, prefiere identificarse con la opinión mayoritaria para no sobresalir y evitar ser atacado por una mayoría que se ubica posiblemente en un lugar opuesto al nuestro. Esta es una actitud que busca la supervivencia social del sujeto, pero lo hace resignando porciones significativas de nuestra independencia, porque quedamos sujetos (sujetados) a la opinión grupal o colectiva.
El psicoanalista, filósofo y psicólogo social Erich Fromm, por su parte, se preguntó sobre esto en su libro "El Miedo a la Libertad". Plantea allí ¿Puede la libertad volverse una carga demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla?
Fromm analiza este mecanismo y sostiene que resignar nuestra manera de pensar, nuestra criterio y, en definitiva, nuestra más íntima voluntad ante la opinión de los demás tendría como finalidad evadir la responsabilidad que implica hacernos cargo cabalmente de nuestras opiniones y acciones y aceptar con ellas las consecuencias.
Fromm problematizó así el concepto de libertad individual. Toma en cuenta la responsabilidad personal y también la colectiva. Para ello se detuvo a examinar como el ejercicio de la libertad individual puede ser alterado por la presión de determinados grupos de influencia y por el temor del sujeto al aislamiento social.
Desarrolló la idea de que es falsa la sensación de que somos absolutamente autónomos o que ejercemos sin condicionamientos nuestro libre albedrío. Señala que muchos de nosotros, la mayor parte del tiempo, solo respondemos a intereses externos que ejercen en nosotros y en nuestro grupo social su influencia, coincidiendo en esto con la investigación realizada por Solomon Asch.
Sin embargo, los estudios de Erich Fromm tienen objetivos más profundos, porque van a surgir como una interpelación a la aparición del fenómeno del autoritarismo y del fascismo como regímenes políticos aceptados por millones de personas durante el S XX. Se va a enfocar, especialmente, en la aparición del nazismo por constituir este una cruel expresión de la sumisión absoluta de los ciudadanos ante líderes que cristalizaban de una manera grosera sus planes de destrucción.
En su libro ""El miedo a la Libertad" describe de manera detallada aquellos aspectos políticos y económicos relacionados con la historia antigua y reciente de Alemania que inciden en la aparición del nazismo, pero incluye también aspectos del orden de la psicología social que considera fundamentales y que están relacionados con las motivaciones que incidieron en las mayorías que apoyaron a Hitler y su gobierno.
En este sentido, Fromm entendía que, más allá de la importancia de las cuestiones económicas y políticas concretas de Alemania, la aprobación del grupo y el sentido de pertenencia también fueron esenciales para la integración de los sujetos a este movimiento y para el desarrollo de sus vidas en el medio social en el que se encontraban.
Paralelamente a los deseos de integración y pertenencia, Fromm advierte que se produce en los miembros de dicha sociedad el miedo al aislamiento y a la marginación que puede sobrevenir de no coincidir con la opinión de la mayoría y, en definitiva, describe el miedo que genera la propia fragilidad particular ante la amenaza concreta que constituye la masa preponderante.
La posibilidad de los sujetos de coincidir con un colectivo social que se expresaba con fuerza y se mostraba poderoso por su masividad, tal como lo hacía el nazismo, quitó a los individuos que se sumaban a él ese miedo que genera la debilidad individual y el aislamiento social.
En el sentido mencionado es fundamental la aprobación del grupo, debido a que sin ella no hay posibilidad de pertenencia social. Es justamente allí, donde se diluye la libertad, porque la presión ejercida sobre el sujeto es tal, que termina dejando de lado su voluntad y cediendo ante el colectivo.
Esto puede ir acompañado, inclusive, de un proceso adaptativo, donde el individuo comienza a Pensar – Cómo – Se – Debe - Pensar (como la mayoría) para coincidir con los miembros del grupo al que pretende acceder.
Este proceso deriva en la manifestación e inclusive en la defensa de creencias y opiniones que no responden de manera auténtica a nuestras convicciones. Lo que no significa otra cosa que aceptar convertirse en un autómata que logra sentirse seguro solamente cumpliendo las expectativas de los demás.
Así es como la libertad se desvanece. ¿Cuantas de nuestras decisiones fueron tomadas bajo la influencia de mandatos sociales, de valores familiares, de tendencias observadas en redes sociales o de la presión del grupo social del que queremos formar parte?
Aparece con este mecanismo la contradicción permanente entre libertad y sumisión como formas de interactuar socialmente. Nuestra conducta oscilará entre una y otra, de acuerdo a la importancia que le demos a los grupos de presión y al miedo que nos signifique nuestra propia libertad.
Cuando optemos por la sumisión, no haremos más que rendirnos ante aquello que consideramos poderoso. Será esta una de las maneras en que expresamos la obediencia al Poder y la docilidad de nuestro comportamiento.
Probablemente, la sumisión también sea una forma moderna de esclavitud cuyas cadenas, al día de hoy, quizás sean cada vez más fuertes mediante estadísticas, estandarizaciones y algoritmos que nos van indicando con toda claridad que nos debe gustar, como debemos reaccionar, que debemos compartir y, en definitiva, que debemos pensar para no ser censurados.
Si la construcción cotidiana de las relaciones sociales también nos construye y va conformando nuestra autoestima y autoimagen, no deberíamos considerar que se trata de un aspecto menor la necesidad que tenemos como seres humanos de integrar determinados grupos sociales.
Sin embargo, aceptar acríticamente cualquier opinión y acceder a comportarnos de una determinada manera solo con el fin de ser aceptados no puede ser la receta para la formación de personas autónomas que puedan guiarse por sus propias normas y convicciones, que tengan la fortaleza de oponerse a conductas injustas, indebidas o inhumanas, que se responsabilicen de sus errores y que acepten las consecuencias de sus actos.