La Escuela de los Pobres
*Lic. Carolina Beresi
Como nunca antes, como parte de mi trabajo, escucho en las entrevistas y diálogos con distintas mujeres y hombres que tienen hijos en la escuela comentarios del tipo "...Juan va a comenzar la escuela recién el 15 de marzo, porque todavía no pude comprarle los útiles...". O también "...María ya empezó las clases, pero Ricardo va a ir recién la otra semana, porque todavía no tiene las cosas..., "...Miguel ya no quiso ir más a la escuela, desde el año pasado...".
El conocimiento que tengo de las familias que entrevisto como Trabajadora Social y de su realidad, me lleva a pensar casi diariamente en las perspectivas futuras de toda una población que, evidentemente, ya no tiene acceso a la educación.
Las múltiples necesidades familiares hacen que la educación pase a ser un aspecto secundario y percibido como inútil en el desarrollo de sus hijos, porque, en definitiva, no logra cambiar sustancialmente la realidad familiar. No se trata de que las familias no aspiren a que sus hijos asistan a la escuela, es la realidad económica la que transforma ese derecho en una carga cada vez más pesada que no termina de demostrar cuál es su utilidad práctica y concreta en la vida de los sectores más vulnerables.
Como bien dice Bordieu "...la norma se viola cuando se considera más benéfico la violación que la obediencia...". Es por ello que la norma que establece la obligación de asegurar la educación de los hijos se incumple cuando se hace necesario resguardar otros aspectos que resultan más importantes o beneficiosos, como la propia supervivencia del grupo familiar.
Una persona que alcanza el nivel primario puede ser hoy considerado analfabeto funcional y tecnológico. Por consiguiente, no cuenta con las herramientas mínimas para poder desenvolverse en la vida cotidiana, interpretando un texto, cumpliendo una indicación, comprendiendo el comentario de algún funcionario de instituciones públicas.
Ni hablar de la posibilidad de ayudar a sus propios hijos en la realización de actividades escolares o en la importancia del estímulo que pueda brindarles para continuar dentro del sistema escolar.
Mientras que una persona que alcanza el nivel secundario no puede considerar que, solamente por ello, pueda acceder a mejores opciones laborales o condiciones de vida.
Nos encontramos en un momento en el cual la educación tal como está planteada resulta inútil, obsoleta, impráctica, sin proyección hacia la educación superior y sin ningún tipo de mirada sobre el contexto.
La transformación de las escuelas se dio, lamentablemente, en un sentido equivocado. Constituyen hoy, fundamentalmente, espacios de contención social mediante la priorización de aspectos relacionados con la asistencia económica, alimentaria, sanitaria y, por otro lado, se encuentran totalmente vaciadas de un objetivo pedagógico que propicie el desarrollo integral de cada uno de sus estudiantes.
Hoy, como nunca, el Sistema Educativo (a pesar del decidido esfuerzo de los docentes) ha prescindido de los aspectos educativos que permitían considerar a la escuela como el principal dispositivo para lograr una movilidad social ascendente y, por ello, se ha convertido en una institución expulsora e indiferente a la realidad de su medio.
Además, ni la escuela ni los estudios superiores ofrecen otra posibilidad que, durante mucho tiempo, supieron brindar a los estudiantes: la posibilidad de construirse gradualmente como sujetos políticos. La posibilidad de contar con principios y valores que le permitan ir construyendo su propia mirada sobre la realidad que le toca vivir, sobre las carencias que tiene que afrontar, las desigualdades e injusticias que se producen en la vida social, conjuntamente con la posibilidad de pensar en alternativas posibles, por ser conscientes de esta realidad y, consecuentemente, responsables de ella.
Nuestra coyuntura nos invita activamente al acceso irrestricto al conocimiento y a la información, pero al mismo tiempo, nos sumerge en el más profundo individualismo a través de prácticas relacionadas con los usos de las nuevas tecnologías.
Tampoco podremos soñar con un aprendizaje apropiado acerca del uso responsable de estas nuevas tecnologías si transcurrimos los días en edificios cuyos sanitarios, ventanas y techos nos enrostran de manera cotidiana la importancia que el Estado da a la educación de la población.
Es difícil proyectar un futuro común sin que consideremos seriamente un Sistema Educativo diferente. Es decir, pensar la educación como una dimensión necesaria de expansión del espacio público para poner al alcance de los hijos del pueblo los avances del conocimiento, la tecnología y la cultura.
Históricamente los sectores populares pelearon por la ampliación y el cambio de sentido de la educación pública: entendiéndola como un escenario que permitiría tanto comprender el mundo como poder transformarlo, haciéndolo más justo.
Estos reclamos actualmente se encuentran muy debilitados y limitados a sectores reducidos del campo educativo, debido a la necesidad de contar en primer lugar con un salario docente acorde a las responsabilidades que enfrenta. Tengamos en cuenta que un docente precarizado no logra cruzar hoy la Línea de la Pobreza y carece de posibilidades de sostenerse económicamente si no se sobreexplota con dos o tres trabajos.
Nuevamente surge la necesidad de repensar el mundo en el que habitamos, considerando en esa reflexión todos los cambios tecnológicos, ambientales, poblacionales, laborales y la ampliación de la brecha de la desigualdad social y económica que observamos diariamente con sorpresa y preocupación.
Los excluidos del sistema, aquellos que no pueden sostenerse dentro de la escuela, quienes se encuentran invisibilizados y de los que nos cuesta mucho escuchar lo que tienen para decir sobre sus propias expectativas y su futuro, necesitan hoy ese nuevo compromiso con la educación.
Imaginando principalmente a estos sectores, es que vuelvo a pensar en la obligación impostergable de considerar propuestas que se encuentren a la altura del mundo en que vivimos. No deberíamos solamente estar vivos, sin entender lo que sucede a nuestro alrededor, sin que la educación recibida tenga sentido práctico y sea un instrumento de construcción de nuestro propio futuro.
Sin embargo, nada de esto será posible si las condiciones mínimas para docentes y establecimientos no están dadas. Nada de esto será posible si no abrimos de una vez la ventana hacia el futuro, aprendiendo a trabajar responsablemente con las nuevas tecnologías, para no ser borrados del sistema laboral por la Inteligencia Artificial, de la que poco y nada sabemos.
Y nada de esto será posible si no volvemos a un Sistema Educativo que nos ayude a pensar nuestro contexto, los intereses que existen a nuestro alrededor y como éstos nos ayudan o perjudican. O bien, que entendamos de una vez que el ejercicio del Poder busca que las grandes mayorías completen una educación elemental, con la que puedan decir que tienen estudios, pero no les permitiría nunca interpretar, por ejemplo, una noticia del diario.
La complejidad del mundo nos exige un esfuerzo en cada vez mayor para comprenderlo e interpretarlo. La importancia de la interactuar socialmente, teniendo en cuenta la diversidad cultural, problematizando y transformando la realidades desde el saber, saber ser, saber hacer es un requisito fundamental de esta época.
La posibilidad de hacerlo puede darse a través de la revalorización de una pedagogía de la libertad como puntal de los cambios necesarios, tal como la propuesta por el pedagogo brasileño Paulo Freire. Una pedagogía que, actualizada y revisada en su metodología, permita apropiarnos de este mundo cada vez más extraño.
Paulo Freire al hablar de la educación dice: "...no hay práctica social más política que la práctica educativa...", señalando la necesidad de entender cómo funciona el mundo, problematizándolo y tratando de transformarlo en uno que sea menos desigual. O lo que es igual, señalando la importancia de un Sistema Educativo que promueva la construcción gradual del Sujeto Político que hoy está ausente.