Legitimación Simbólica de la Violencia de Género
No existe
la vida sin la muerte,
Así como no existe la muerte sin la vida.
Pero existe también una "muerte en vida".
Y la "muerte en vida es, exactamente,
La vida a la cual se le prohíbe ser"
P. Freire
El trabajo con mujeres que padecen violencia de género, exige la reflexión permanente acerca de las condiciones que dan lugar a la existencia de la patente desigualdad de género y la naturalización de esta diferencia jerárquica entre hombres y mujeres.
¿Qué características podemos encontrar en el orden social que permiten la reproducción de la subordinación del género femenino y la consecuente dominación masculina?
Una mirada crítica dirigida solamente hacia los aspectos visibles del fenómeno resulta insuficiente. Necesitamos adentrarnos en espacios que se encuentran disimulados, cubiertos por un velo que los invisibiliza y de ese modo, dificulta tanto su identificación como su comprensión.
El establecimiento de los roles femeninos y masculinos van a resultar imprescindibles para que se produzca la mencionada jerarquía social desigual.
Estos roles nos van a ir delimitando el ámbito de acción de hombres y mujeres. Se reafirma, de esta manera el género masculino como hegemonico - dominante, mientras que el género femenino ocupa un lugar de subordinación manifiesto. Y la posibilidad de lograr la igualdad de derechos se desvanece .
Podemos encontrar los antecedentes de esta delimitación en "El Contrato Sexual" donde Carole Poteman plantea la tesis de que poder llevar a cabo el Contrato Social implicó, previamente, la existencia de un Contrato Sexual.
Mediante éste acuerdo entre iguales (de hombres iguales) se resolvió la esfera de acción de hombres y mujeres (las desiguales). La que se basa, fundamentalmente, en el establecimiento de la división público / privado, donde el mundo público, el espacio correspondiente a las discusiones de la cosa pública, la toma de decisiones y el mundo de la acción queda a cargo del género masculino. Mientras que el mundo privado, reservado al ámbito familiar, al hogar, al espacio de las emociones, queda a cargo del género femenino.
Esta división establece también la división sexual del trabajo, delimitando ámbitos de capacitación, acceso a conocimiento específico, espacios de acción y desarrollo personal masculinos y femeninos.
Es por ello que lugares como la política, el estudio de las ciencias duras, las profesiones universitarias fueron lugares con claro dominio masculino. Siendo, en cambio, la docencia (especialmente en nivel inicial y educación básica), la enfermería, las ciencias humanísticas y todas aquellas derivadas de las actividades domésticas (costureras, diseñadoras, cocineras, etc.) espacios caracterizados por la presencia mayoritaria de mujeres, inclusive hasta el día de la fecha.
La vida
social se organiza en base a esta división público /privado, constituyendo un
orden social binario.
Sabemos que la estructura social se conforma con reglas, pero también con
instituciones y con prácticas. Sin embargo, para que estas sean incorporadas
socialmente, para que el individuo las internalice es necesario que se
desarrollen también disposiciones duraderas en cada miembro de la sociedad. Lo
que se va a lograr mediante la utilización de determinadas tecnologías sociales que se
materializan mediante acciones, creencias y pensamientos que la sostienen a
través del tiempo.
Tenemos así, ejemplos en el caso de los cuentos infantiles, conocidos como los "cuentos de princesas" que ejercen una función primordial en cuanto a la configuración de las expectativas acerca de lo que es femenino y lo que es masculino.
En ellos se ubica a la mujer en el lugar de princesa, donde tiene un rol que cumplir, debe verse de determinada manera y actuar como princesa significa mantener una actitud pasiva, que a pesar de haber sufrido un sinnúmero de injusticias no actúa ni se rebela. Se encuentra esperanzada (en espera) en la salvación por parte de un príncipe. En ningún momento se plantea la salida al conflicto mediante la acción de la princesa, o mediante el estudio o mediante el cuestionamiento a la realidad que enfrenta.
Lo mismo sucede con los hombres y las historias de superhéroes, ya que éstas construyen un hombre valiente, aventurero, fuerte (uno solo contra todos), decidido. Quien, utilizando la fuerza o el manejo de la tecnología, cuenta con las habilidades indispensables para la solución de los problemas que se presentan.
Estos relatos generan, no solo una expectativa en cómo debe comportarse cada género, sino que también generan expectativas con respecto al género complementario. Por lo que puede ser habitual que las mujeres esperen que sus parejas respondan a las características marcadas en los superhéroes. Es decir, que sus parejas intervengan activamente con el entorno, que logren sus objetivos imponiendo su voluntad o su fuerza (económica o física).
Sucede lo mismo con los hombres, quienes muchas veces esperan de sus parejas una actitud de sumisión, de pasividad, de espera, de "acompañamiento".
Es por ello que cuando la actitud de una persona dentro de la pareja o en la vida social no se corresponde a la expectativa de género surgen cuestionamientos de distinto orden, conflictos que pueden ir desde la desvalorización de la persona, la agresión o, inclusive el uso de la fuerza como factor regulador del orden establecido.
Los cuentos de princesas constituyen solamente un ejemplo del impresionante dispositivo simbólico que se encuentra dirigido a cohesionar un orden social que afirme la dominación de género. Y aunque esta construcción es social, sus mandatos son expresados como un "orden natural", ocultando las estructuras institucionales que constituyen el entramado y el sustento de la hegemonía masculina.
Aparecen así numerosas figuras socio-culturales que cumplen la función de promover la comprensión del "orden natural" mediante la asociación entre imágenes, actitudes, funciones y valores que están cargados de conceptos que refuerzan la estructuración social existente. Aunque también tienen como finalidad disimular la realidad y ocultar los mecanismos de dominación utilizados.
Es a través de ellas que se aprende a percibir al mundo y a las relaciones que se desarrollan en él, generando una disposición a venerar, respetar o inclusive amar a quienes representan a los poderes dominantes. Mientras que, paralelamente, se desarrolla una visión muy negativa respecto de sí mismas.
La autodesvalorización es una característica de los oprimidos y resulta de la introyección que se hace de la visión que de ellos tienen los opresores.
El orden simbólico de la dominación requiere para su funcionamiento de la adhesión de las mujeres (como colectivo genérico), quienes asimilan las relaciones de poder existentes mediante la aceptación de las categorías construidas desde el lugar de dominación. Es decir, utilizando las herramientas de conocimiento que le brinda o que adquiere del sistema patriarcal. Lo que implica una manera de interpretación del mundo, de su "ser" y "estar" en él, de su lugar en el sistema social, mediante la utilización de esquemas propios del dominador.
Paralelamente, se fomenta la idea de que el "orden social" existente es, en realidad, un "orden natural" que determina biológicamente los roles y funciones de cada género, así como los espacios donde deben desenvolverse. En eso radica precisamente su eficacia, legitimando las condiciones previas a la violencia para que esta no sea percibida como tal.
Pierre Bordieux nos advierte que este orden binario surge en el marco de una construcción discursiva y de poder, las que son invisibilizadas mediante complejos procesos que terminan dejando sin registro su ejercicio concreto sobre quienes se encuentran en situación de subordinación.
En lo que hace a los géneros, a la desigualdad entre hombres y mujeres, al ser su diferencia socialmente producida, es a través de la praxis social de construcción y deconstrucción genérica que se produce una estructura relacional que la regula.
Es así que lo masculino se define en función (y en relación) de lo femenino y viceversa. Se trata de categorías necesarias e imprescindibles, que interpretan al mundo marcando una concepción dual que se refuerza simbólicamente a través de la cultura.
Teniendo en cuenta que, como señala Foucault, que toda relación con el otro es una relación de poder, no es necesario señalar que las relaciones entre géneros también lo son. Además, este autor nos indica que el poder no debe ser considerado de manera estática, sino que el mismo circula y que funciona en cadena.
Entran en juego, entonces, una batería de mitos, creencias, valores, saberes, uso del lenguaje y bienes culturales de todo tipo que van constituyendo y reafirmando la superestructura patriarcal de dominación. El ejercicio de los mismos se asienta en la ideología, conformando distintos niveles simbólicos que robustecen los mecanismos de opresión mediante complejos sistemas de manipulación a nivel individual, familiar y social.
Se constituye de este modo, la dimensión simbólica de la dominación de género, la que permite la legitimación de la desigualdad mediante la potencia de la ideología para constituir las formas masculinas y femeninas de ser en el mundo.
La interacción que se produce entre los individuos y el mundo bajo estas condiciones, se caracteriza por la manera en que se conecta la acción individual y la estructura social. Es decir, la manera en que las personas actuamos tiene relación directa con la internalización de la estructura social. Es lo que Pierre Bordieux denomina "habitus" como un aspecto de la dimensión simbólica fundamental para el sostenimiento de un sistema de dominación como el patriarcal.
La noción de "habitus" expresa con mucha claridad los efectos de la interacción entre el comportamiento de cada individuo y el ámbito social en el que se desenvuelve. Este concepto nos permite entender como la ideología dominante se hace carne en cada persona a través de los preceptos asimilados, lo que se puede ver reflejado en la construcción gradual de la subjetividad y se trasladan indefectiblemente en la manera en que el sujeto interactúa con el mundo.
Es interesante ver en este punto la construcción de la subjetividad en cuestiones tan concretas como el derecho a satisfacer las necesidades mínimas de los hijos de los sectores más vulnerables. Se produce en este aspecto un cuestionamiento, por un amplio sector de la sociedad, a la conformación familiar (madres solteras, familias ensambladas, familias reconstituidas, familias numerosas) como el eje de un sinfín de discusiones, pasando por alto el derecho de cada mujer de tener los hijos que desee, la cantidad de compañeros o parejas sexuales que estime conveniente o la moralidad con que lleva adelante su vida.
Mientras que en el caso de los hombres los cuestionamientos no se equiparan a los que soportan las mujeres y es sumamente extraño escuchar que se es "padre soltero" o que se cuestione la cantidad de hijos que haya podido tener un hombre con distintas compañeras o parejas sexuales o se haga eje en la moralidad de su vida amorosa.
La discusión toma estado público, con una fuerte influencia de los medios de comunicación ante la aprobación de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Este derecho reconocido por las leyes argentinas es fuertemente cuestionado por distintos sectores, haciéndose hincapié en la moralidad de la mujer que lo percibe.
Como ejemplo de ello podemos mencionar que en el año 2009 el diario Clarín titula un artículo de la siguiente manera: "La fábrica de hijos: conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado". La Justicia Civil condenó a la editorial AGEA a realizar una rectificación del título de dicho artículo, calificado como agraviante.
Podemos advertir en este caso como el ejercicio de la violencia simbólica es utilizado como un instrumento para generar en los lectores una perspectiva negativa de las mujeres que son madres de familias numerosas y que perciben AUH, sin que se observe una postura similar a mujeres madres de sectores medios o altos.
Toda la plataforma cultural existente construye al ideal de mujer y a su rol específico desde la tradición y el hábito. Se refuerza a través de utilización de normas de conducta aceptadas y promoviendo, inclusive, sanciones (desde el discurso médico, desde el discurso jurídico, de orden moral, etc.) mediante sus instituciones sociales para aquellas que las transgredan.
Asimismo, la demarcación estricta de los ámbitos de acción de cada sexo, lograda mediante el respeto a la estructura social y a la construcción de subjetividad mediante la dimensión simbólica, rige de manera firme tanto para las mujeres como para los hombres, ya que cada uno debe respetar su ámbito de acción. Y la base de sustentación del mismo depende tanto de la acción del género masculino como de la aceptación del género femenino.
La aceptación voluntaria por parte de las mujeres de estas relaciones de poder y del lugar de subordinación donde se las ubica constituye el elemento fundamental de la eficacia del mecanismo de dominación patriarcal y permite la legitimación de la violencia como ordenador social, minimizando su cuestionamiento y contando para ello con todo el constructo cultural que se presenta como neutro.
Al haber nacido en un sistema patriarcal, tanto varones como mujeres mantenemos comportamientos sexistas que responden a nuestra formación y educación correspondiente al sistema dominante.
Cabe aquí recordar el ejemplo lacaniano que señala que ser rey es un efecto de las relaciones sociales entre un rey y sus súbditos. Sin embargo, la percepción de los súbditos naturaliza los roles rey - súbditos, justificando la relación de poder a través del deseo o de la imposición divina, cuando en realidad éste es rey porque los otros hombres se comportan ante él como súbditos.
Así como las relaciones de poder entre rey y súbditos se invisibiliza mediante los complejos mecanismos de manipulación de que se vale el "orden social" (mitos, creencias, leyendas y construcciones culturales), la relación de dominación de género también se invisibiliza mediante la utilización de dichos mecanismos.
Tanto la subordinación de género como la aparición de la violencia de género constituyen un invisible social, oculto detrás de una serie de velos que obstaculizan su observación. Para imponer esta perspectiva el sistema patriarcal cuenta con diversas herramientas sociales, políticas, culturales e inclusive científicas que le dan el carácter de natural y de este modo disimulan, distraen y confunden a quienes pretenden acercarse y analizar el fenómeno.
Paulo Freire menciona un claro ejemplo de cómo funcionan estos mecanismos en el proceso de subjetivación de los individuos. En su libro "Pedagogía del Oprimido" hace referencia a una anécdota de lo sucedido a una educadora del "Full Circle" de Nueva York (institución educativa):
"...Al problematizar una situación codificada a uno de los grupos de las áreas pobres de Nueva York sobre una situación concreta que mostraba, la esquina de una calle - la misma en que se hacía la reunión - una gran cantidad de basura, dijo inmediatamente uno de los participantes: - Veo una calle de África o de América Latina. - ¿Y por qué no de Nueva York?, preguntó la educadora. - Porque, afirmó, somos los Estados Unidos y aquí no puede existir esto".
Este ejemplo nos permite comprender de qué manera opera este tipo de tecnología social a través de la manipulación y de la construcción de la percepción de la realidad por parte de quien se encuentra en situación de dominación.
Quien se encuentra subordinado se representa la realidad y su propia ubicación en el sistema social utilizando las categorías de análisis que obtuvo del sistema dominante. Es por ello que la persona de la anécdota no puede concebir la existencia de basura en Estados Unidos, donde la construcción de la subjetividad "americana" no aceptaría esa realidad, ni siquiera mirándola directamente.
Estos mecanismos contribuyen, de este modo, a conformar la imagen que hombres y mujeres construirán de sí mismos, de los géneros y del lugar que ocupan en este "orden social", utilizando los esquemas de percepción y valoración universalmente compartidos.
Identificando, de este modo, a las mujeres con el ámbito privado, donde es más necesaria la pasividad que la actividad, la compasión que la valentía, la afectividad que el poder de decisión, mientras que los varones si son identificados con la inteligencia, con la actividad, con la vitalidad, con la valentía, ya que su ámbito de acción es la esfera pública, donde estas características son imprescindibles.
Quedan así, las propias mujeres, entrampadas en esquemas de pensamiento que las describen y por los cuales se reproducen las estructuras de poder, vigorizando el orden simbólico.
De modo que se logra distorsionar la realidad, ocultando que la desigualdad y que el desequilibrio existente es producto de la cultura y se lo constituye como natural. Configurando así los estereotipos de género, como los que se mencionan en los cuentos de princesas.
Estos mecanismos generan por un lado la opacidad del ejercicio de la dominación y fortalece la inscripción de manera estable de las estructuras sociales en los cuerpos.
Obtener la adhesión de quienes deben ser subordinadas no se logra únicamente mediante mecanismos represivos. Estos aparecen, sí, ante la desobediencia a la regla, como elemento disciplinador en distintos niveles. Sin embargo, sustentar un sistema de dominación solamente en este tipo de dispositivos constituiría un orden débil. Justamente su fortaleza deviene de las repercusiones que implica en el nivel del deseo y en un sistema perverso de premios / castigos y de las aspiraciones de quienes pretenden "ser parte" del reconocimiento social, en los términos que operan en el sistema patriarcal.
Para poder hacerlo, el poder hegemónico se vale de una herramienta que le resulta fundamental en el orden simbólico como lo es el lenguaje.
El lenguaje constituye un elemento esencial de la función cognitiva, de la construcción de sentido, de la construcción del pensamiento, de la construcción de las nociones de valor y disvalor. Nos sirve para codificar la realidad y su utilización permite al poder naturalizar aquello que es producto de su propio ejercicio, forjando una visión del mundo ajustada a sus objetivos últimos.
Constituye una manera muy concreta en que se ejercita el poder, porque mediante el leguaje se logra la producción de la verdad. Y es a través de la producción de la verdad que se generan las relaciones concretas de poder, las cuales atraviesan los cuerpos de las dominadas, porque el poder se manifiesta con toda su fuerza físicamente, sobre los cuerpos dominados.
Un buen ejemplo de cómo desde el lenguaje (codificado en términos de dominación), damos sentido a nuestra realidad podemos encontrar en Gilligan, cuando hace mención a la autorepresentación de hombres y mujeres. Esta autora da cuenta de que los hombres se describen a sí mismos con términos o palabras que refieren a su jerarquía social (puesto laboral, cargos públicos, etc.) mientras que las mujeres lo hacen utilizando términos relacionales que refieren a su vida privada (casada/soltera, si tienen o no hijos, etc.).
Es decir que, los términos utilizados en sus descripciones responden directamente a las pautas establecidas mediante el Contrato Sexual, donde el ámbito privado corresponde a las mujeres, mientras que el ámbito público pertenece a los hombres, inclusive en la descripción de sí mismos.
Al hablar del lenguaje, y especialmente del discurso utilizado por el poder, tenemos que considerar que éste no se basa solo en el lenguaje verbal, sino también en el lenguaje no verbal. En este punto, debemos mencionar que las mujeres, en su descripción genérica cuentan con una característica muy reconocida, que es la llamada intuición femenina. Cuando en realidad, las mujeres, justamente por el lugar que ocupan en las relaciones de poder hombre - mujer, han desarrollado la habilidad de comprender el lenguaje no verbal, descifrando el subtexto del discurso para comprender lo no dicho, o como dice Bordieux, lo implícito del discurso.
Lo que nos lleva a pensar en el proceso de sobre adaptación que se produce en quienes se encuentran en situaciones de riesgo o de dominación, con el fin de protegerse y evitar toda situación que pueda afectar su integridad, tanto emocional como física.
Surge, con toda su fuerza, la ideología como demarcando los espacios de poder que ordenan la vida de cada individuo mediante la estructuración social de la realidad, traducida en las instituciones que en ella funcionan.
Zlavoj Zizek describe cómo actúa la ideología y señala de qué manera ésta interviene para establecer el modo de percepción de la realidad, de acuerdo al lugar que cada persona ocupa en la relación de poder. Es por ello que dice "Una ideología se apodera de nosotros realmente solo cuando no sentimos ninguna oposición entre ella y la realidad." (Zizek, 2016)
De este modo se generan formas de sometimiento que no alcanzan a ser percibidas, dando lugar a espacios de violencia subterráneos, los cuales resultan muy difíciles de identificar. Sin embargo, poder hacerlo constituye un aspecto fundamental que nos permitirá comprender la estructura de dominación y su persistencia en el ámbito social.
Como mencionamos anteriormente, la producción de la subjetividad de cada persona, cuando se encuentra en situación de dominación, se caracteriza por adoptar las pautas de comportamiento que se establecen desde el poder. Y paralelamente, se genera un fuerte temor ante la posibilidad de cambiar estas pautas, ya que las mismas se fundamentan en el miedo a asumir la autonomía y su propia responsabilidad[9] dentro del sistema social, como bien lo dice Paulo Freire, se trata del miedo a la libertad[10].
No se admite la posibilidad de cambio por lo que la construcción de la subjetividad cumple, en estos casos, la función de moldes que dan forma a los individuos que conforman este sistema.
Inclusive, debemos tener en cuenta que dentro del ámbito de autonomía de las mujeres, se establece un mecanismo de "autorización" de cada actividad realizada, por el varón real o figurado, por el cual permanentemente las mujeres prestamos examen sobre nuestra actuación tanto en el ámbito privado como en el espacio público.
Nos encontramos ante los dispositivos utilizados por el poder donde se define la relación entre hombres y mujeres en términos políticos. Esta construcción superestructural habilita al género dominante, de manera concreta, apoderarse de los beneficios y aportes sociales (también concretos) que realizan las mujeres.
De allí podemos comenzar a advertir la importancia económica que implica la división público / privado que establecida a través del Contrato Sexual, se plasma en la división sexual del trabajo.
Mediante ella se sustentan en nuestras sociedades las mayores inequidades relacionadas con el sexo que implican la posibilidad de estudiar, de acceder a la universidad, de acceso a la salud, acceso a la justicia, la posibilidad de obtener puestos laborales acorde a las habilidades y capacitación de la mujer, obtener un salario justo, a disponer de sus bienes, a beneficiarse de las contribuciones que realiza a la sociedad con su tarea, etc.
Es por ello que cuando se cruzan las variables de clase y de género podemos comprobar que la realidad de las mujeres y de aquellos colectivos sociales incluidos en las reivindicaciones de género se caracteriza por la vulnerabilidad en todos estos aspectos. Encontramos una especial desigualdad en términos económicos y es por ello que se habla de feminización de la pobreza como un fenómeno creciente.
Si bien estos aspectos atraviesan a todas las mujeres, independientemente del lugar social en el que se encuentren, podemos advertir que la inequidad se intensifica a medida en que se analizan los estratos sociales y económicamentes más vulnerables de la sociedad.
Siendo el ámbito en el que se observa con mayor nitidez el ejercicio del poder patriarcal es el seno familiar, donde los roles, tareas y decisiones se encuentran establecidas de manera específica y se facilitan los abusos mediante la privacidad.
Este diseño social cuenta con un elemento fundamental para la codificación de la estructura socio - institucional de la sociedad, como es la ley. Ella no solamente genera deberes y derechos, sino que se presenta como un aspecto sustancial de la legitimación de la desigualdad en tanto que constituye una expresión del poder patriarcal.
Podemos comprender, entonces, por qué el lugar que ocupa la mujer en el sistema social surge de una decisión política, plasmada en la legislación y no del orden natural. Y debemos añadir que como dice Elida Aponte Sánchez "...la desigualdad es una variable continua, dinámica, cambiante, heterogénea..." por lo que este sistema no se caracteriza por ser estático o pétreo, sino que aparece con una gran capacidad de adaptación y cambio, mediante el ajuste de preceptos y normas de comportamiento que redundan en formas de dominación que se acomodan a las transformaciones socio- culturales que conducen a mantener la idea de inferioridad femenina.
La
violencia de género es un fenómeno social que nos abruma por su crudeza y
porque nos muestra, de manera muy contundente, como ejercen el poder aquellos
que lo poseen.
El trabajo en áreas donde se debe diagnosticar este fenómeno, donde se debe atender, acompañar y contener a las víctimas o pensar en planes de acción que nos permitan abordar estas situaciones nos lleva muchas veces a situaciones de gran frustración ante la magnitud de los hechos en los que se debe intervenir.
No resulta suficiente pensar en los cambios de legislación porque, si bien es importante, su modificación no resuelve el fenómeno, sino que interviene en casos particulares. Sanciona (cuando lo hace) a agresores particulares, que fueron denunciados por hechos específicos.
Este tipo de modificaciones no incide directamente en la prevención de la violencia de género, aunque constituye un puntal muy importante para la delimitación del fenómeno.
Se torna evidente que debemos realizar cambios en los patrones socioculturales vigentes que nos permitan acercarnos a una vida libre de toda violencia.